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el río de la desolación, de Javier Reverte

3 abril 2012

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De nuevo Javier Reverte se embarca por las aguas de uno de los grandes ríos de nuestro planeta. Esta vez no es el Congo, ni el Nilo, ni el Yukón, se trata del gigante por excelencia, el Amazonas.

Desde las mismas fuentes del río en las faldas del Nevado del Mismi, se embarca en el agitado río Apurímac y continúa por el Ucayali hasta navegar en Iquitos por las aguas que ya llevan el nombre de las antiguas guerreras. Utiliza en todo el trayecto barcos dedicados al transporte de pasajeros del lugar.

Después de que el río Napo entregue sus aguas al Amazonas cerca de Orellana nos recuerda el paso de los antiguos conquistadores en la búsqueda del Dorado, el propio Orellana, Aguirre y otros aventureros que dejaron su vida en aquellas agrestes tierras.

También el autor aprovecha su navegación para explicarnos el desarrollo de las poblaciones y de las gentes de las orillas, el boom económico de la región debido a la explotación del caucho, que convirtió a Manaos en una pequeña París de sudamérica en los albores del siglo XX y que trajo la desgracia, esclavitud y genocidio a muchos de los indígenas autóctonos.

 Y es desde esta ciudad donde vuela  mil kilómetros al sur, a Porto Velho, para perseguir la antigua construcción del llamado ferrocarril del diablo, otra empresa engullida por la vorágine del río.

Más tarde volaremos al norte, a Sao Gabriel, siguiendo las andanzas de Humboldt y descubriendo el canal de Casiquiare, punto de encuentro entre el Orinoco y las aguas del río Negro y, por ende, del Amazonas, estableciendo con ese nexo de unión una única y gigantesca cuenca fluvial.

 

Echo de menos la búsqueda de mitos literarios del autor en esta obra, quizá porque el río no los ha dado, o porque de sus aguas no surge la poesía sino la tristeza con que a veces sumerge el escritor al lector con su pluma. Me pregunto si el triste final de viaje que tuvo el escritor contrayendo la mortífera malaria que casi acaba con él ha influido posteriormente en la confección del relato o es la propia miseria que se va encontrando en las orillas la que le va sometiendo a un proceso de melancolía y desaliento que corona con la propia enfermedad.

Sea lo que fuere, según nos confiesa el autor en su siguiente libro, la malaria se llevó una parte de su vitalidad e ilusión por los viajes, no sólo en el propio periplo sino en los meses siguientes a este.

 

El río de la Luz, el Yukón de Canadá, le devuelve la ilusión que le quitó el Amazonas, el río de la desolación. Una gran empresa, una aventura, que pese a casi acabar con uno de los más grandes viajeros de este país, Javier Reverte, no podemos dejar de soñar con realizarla nosotros mismos algún día.

 

 

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